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jueves, 28 de febrero de 2008

Otra pal album


LALOLA EN LPM

UNA PEQUEÑA COLABORACION PARA EL BLOG. EN UNA DE LAS FOTOS SE LO VE A FABIAN, PREPARANDOSE PARA ENTRAR A UNA PLANTA DE PRODUCCION DE ACEITUNAS. EN LA OTRA ESTOY YO EN EL FESTIVAL DE LA CHAYA, CELEBRACION QUE FUSIONA RITOS INDIGENAS CON EL CARNAVAL EUROPEO. TE TAPAN DE HARINA. UN BESO LOLA



domingo, 24 de febrero de 2008

Amigos.. nos descubrieron!!!!!!!

Este artículo de Barone no tiene desperdicio... Lástima que los protagonistas de su cuentito, seamos nosotros....
Como siempre decimos... es ésto o trabajar... Creo que es momento de empezar a trabajar. Sus palabras no producen otra cosa que dolor.. un dolor, que todos sabemos, no podemos manejar.

El fuego que soplan los medios
Por Orlando Barone
Domingo 24 de febrero de 2008

No quisiera imaginar qué festín hubiera sido para la televisión argentina el momento del incendio de Roma. Espectáculo que se le atribuye a Nerón en delegación o en directo. Tampoco cuesta imaginar qué banquete se hubieran hecho movileros y cámaras durante la quema de la Biblioteca de Alejandría. El Califa Omar produjo un fuego prodigioso. Y en ambos casos los bomberos de entonces no pudieron impedir que se convirtieran en cenizas. En compensación estética nosotros tuvimos el incendio del depósito de cotillón del barrio de Once. "Desgraciadamente" no hubo que lamentar víctimas. El "desgraciadamente" no es un error, sino el sinceramiento del inconsciente. Reportar occisos (perdón) otorga más rango periodístico que resignarse a reportar ilesos. Por eso el operativo mediático destinado al relato del fuego adquirió más preponderancia que los bomberos destinados a apagarlo. El show llameante -llama más, llama menos- fue monotemático. La ausencia de achicharramientos y de "bonzos" convertidos en tea no pesó para que se dejara de trasmitirlo prácticamente el tiempo de duración histórico. Y esta persistencia del fuego real le permitió a la televisión no forzarlo artificialmente como es su costumbre, cuando el fuego no da para tanto. Es que gracias a la pantalla hasta un fósforo sobreactuado puede parecer el incendio de un bosque. Esta vez no hubo necesidad de apelar a efectos especiales, como cuando ante un neumático de piquete que tarda en encenderse los movileros lo apantallan para que arda más fuerte. Entre tanto calor se oyeron frases como "Sale humo a través de las paredes" (¿Y qué va a salir, papel picado?), o "Es un espectáculo dantesco" (que debería ser abolida por uso abusivo), o esta otra, increíblemente creativa: "Infierno en el infierno", escuchada a un colega sudado que asoció el calor del fuego a la alta sensación térmica que había en ese momento. Brillante. Lástima que después dijo que el "siniestro era pavoroso". Se está promoviendo una generación de periodistas cebados en contar infortunios. Obedientes de órdenes del comando, se lanzan como gurkas sobre la presa. Sean llamas, accidentes en las rutas, asaltos con violencia, etcétera. Las pantallas de los noticieros chorrean tragedismo y el contagio somete a los demás medios. En tanto, el consumidor de noticias las consume con igual desaprensión digestiva con que come la comida chatarra. Yo mismo puedo dar fe de eso. A veces uno se va a dormir con las retinas salpicadas de glóbulos rojos y de féretros. O los oídos cargados de lamentos de deudos, que no se sabe por qué buscan en la exposición mediática una forma narcisística de consuelo. Fiscales con aspiraciones a salir del anonimato y policías ídem excitados por la tendencia abonan el cultivo. A los cronistas hay que darles alimento. Siempre, entre tantos "inhumanos" como somos, ocurren estropicios y siempre hay algo en la alacena, aunque sea de oferta: un crimen, un robo, un choque, un escape de gas, un motoquero que se estrella. La góndola tragedista está para satisfacer la demanda. La sociedad se entusiasma. Y muchos quieren ser protagonistas de algo negro para no quedar desactualizados del miedo. El tragedismo mediático es un negocio tan rentable como lo es la soja en otro mercado. Pero ya hay riesgo de saturación: la superficie cultivada de hechos policíacos ocupa casi toda la geografía mediática. Los medios están sobrecargados. Los vecinos que se dan manija de terror los llaman a la esquina para que difundan desde el barrio la expansión de la peste. Es ya un orgullo casi ideológico proclamarse asaltado varias veces. Hay modas. En caso de que ocurriera el accidente de un nene en triciclo el terror serían los triciclos. Por unos días la moda rondó el rubro fuego y se acentuó el interés por cualquier hábitat en llamas y mejor si había gente adentro. Al menos aquellos incendios de la antigüedad tuvieron la dimensión de Roma y Alejandría; la destrucción de una ciudad y la de los libros del mundo. Un depósito de cotillón inhabilitado, en el Once, es la pobre medida de nuestra estética mediática.